El Eco Eterno del Toque Granadino
En el corazón mismo de Granada, donde el flamenco es una verdad callada en las casas y los caminos, Antonio de la Luz nació con el compás latiéndole en las venas. Discípulo del añorado Miguel Ochando, heredó de su maestro la pureza cristalina del toque granadino: esa guitarra que suena a agua de aljibe, a rumor de fuentes escondidas, a sombra de cipresal en la Alhambra. Su trémolo es un susurro limpio, su arpegio una caricia que ordena el aire, y en cada falseta se percibe el rigor y la belleza de quien ha hecho de la música su razón de ser.
Pero Antonio de la Luz no es solo guardián de un legado; su toque, hondamente personal, respira una flamencura intuitiva, un duende de ritmo y aire que lleva su propia firma. Criado en el amor y la entrega al flamenco, ha sabido conjugar la esencia con su propio vuelo, tejiendo una guitarra que, sin traicionar sus raíces, busca siempre la emoción más pura.
Ahora, en un gesto de memoria y gratitud, Antonio de la Luz alza su música como un canto de homenaje a Miguel Ochando, su maestro, su faro, su referencia. En este recital, su guitarra no solo suena: llora y celebra, se hace plegaria y latido, para recordar a quien le enseñó que el toque granadino es un arte de agua y de luz, y que en cada nota cabe la eternidad.